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La clínica gestáltica de la aflicción y los ajustes ético-políticos - Terapia Gestalt
GRANZOTTO, R.L. \\\"La clínica gestáltica de la aflicción y los ajustes ético-políticos\\\". Revista de Terapia Gestalt de la Asociación Española de Terapia Gestalt. Vitoria: Ediciones la Llave D.H., n. 30 (Clínica Gestáltica), 2010.
LA CLÍNICA GESTÁLTICA DE LA AFLICCIÓN Y LOS AJUSTES
ÉTICO-POLÍTICOS
Resumen: este artículo consiste en una tentativa de comprender, a la luz de la teoría del self, formulada por Perls, Hafferline y Goodman. (PHG), la falencia social de las experiencias de contacto en que los datos de realidad se vuelven inaccesibles al agente de contacto, precisamente, la función de ego encarnada por determinada personalidad. PHG denominan de “misery” (aflicción) el estado de falencia social de una experiencia de contacto. En esas situaciones, el sistema-self pierde su espontaneidad y la función personalidad acaba siendo destruida, tal como ocurre en el luto, en los accidentes, en el adolecer somático, en la crisis reactiva, en el brote psicótico y en la exclusión social. Conforme a nuestro entendimiento, en estas situaciones, el sistema-self no deja de funcionar. No obstante la aflicción en la cual se encuentra, él produce un ajuste creador, denominado por nosotros de ajuste ético-político.
Palabras claves: aflicción sufrimiento ético-político ajuste ético-político personalidad
Introducción: El sentido ético-político de la función personalidad para la Terapia Gestáltica
La experiencia del contacto siempre envuelve, conforme podemos leer en la obra Terapia Gestáltica (PHG, 1951, p. 48), tres elementos principales: la preocupación actual (que incluye nuestras necesidades fisiológicas y las demandas sociales formuladas en el lenguaje) los excitamientos (que retornan de un fondo de hábitos asimilados) y las soluciones venideras (que no son más que nuestros deseos formulados a partir de la expectativa de nuestros semejantes). Y es en la forma de la acción creadora que esos tres elementos son enrevesados como un solo fenómeno de campo: “(c)ontacto es ‘hallar y hacer’ la solución venidera. La preocupación es sentida por un problema actual, y el excitamiento crece en dirección a la solución venidera pero todavía desconocida” (PHG, 1951, p. 48). ¿Cuál es el resultado de esa experiencia? Cometeríamos un equívoco si pensásemos que la experiencia del contacto implica solamente un tipo de resultado. Al final, los elementos antes mencionados descortinan en ella tres dimensiones diferentes. Los excitamientos son “asimilados” como forma impersonal, residuo que escapa a nuestro saber, a nuestras tentativas de elaboración intelectual (awareness reflexiva), permaneciendo como fondo de hábitos motores y lenguajeros imposible de ser significado: pasado operativo. Los deseos son “producidos” como aquello que empujamos al frente, cual horizonte, dominio presuntivo de lo que queremos ser o alcanzar junto a las expectativas de nuestros semejantes: futuro de posibilidades. Pero las expectativas de los semejantes, las demandas sociales, nuestras necesidades actuales: ¿ellas implican algún tipo de resultado? Sí. Y he aquí la base de aquello que constituye según PHG (1951, p. 277), nuestra función personalidad: uno de los más importantes resultados del “contacto social creativo es la formación de la personalidad: las identificaciones de grupo y las actitudes retóricas y morales viables”.
La función personalidad no es aquí una especie de síntesis entre lo que retorna como excitamientos (awareness sensorial) y el que surge como horizonte de posibilidades o, simplemente, deseo (awareness deliberada). Ella es, sí, una tercera dimensión de nuestra existencia, en la cual, en la gran mayoría de las veces, alienamos la angustia originada del hecho de nunca conseguir hacer coincidir, en las experiencias de contacto, el pasado y el futuro o, lo que es la misma cosa, los excitamientos y los deseos. La personalidad es el sistema de pensamientos, valores e instituciones a las cuales recorremos con el fin de lograr una identidad, un “ser social”. Así comprendida, la función personalidad es una especie de un Gran Otro Social que experimentamos junto a los grupos que integramos, a los valores que asumimos y a los expedientes lingüísticos de que nos servimos como “réplica verbal” de nuestras vivencias de campo (PHG, 1951, p. 188). Junto a ese Gran Otro, nos sentimos amparados, enteros, reconocidos y, al mismo tiempo, incumbidos de responsabilidad. El amor propio, el reconocimiento de nuestro valor para nosotros mismos y para alguien es siempre una vivencia de la función personalidad, es siempre un tipo de placer/desplacer que alcanzamos como resultado de nuestra participación en la vida de ese Gran Otro Social en el cual nos reflejamos. El lugar –o ethos- que ocupamos ante las miradas de ese Gran Otro, bien como las relaciones sociales – y, en ese sentido, políticas – que establecemos con los semejantes que encarnan el Gran Otro son dimensiones de la función personalidad. Lo que nos permite concluir, a partir de PHG, que es solamente en los términos de la función personalidad que la experiencia del contacto adquiere un sentido ético-político. Al final, conforme a PHG (1951, p. 187), la función personalidad es “el sistema de actitudes adoptadas en las relaciones interpersonales; es la admisión del que somos, que sirve de fundamento por el cual podríamos explicar nuestro comportamiento, si nos pidiesen una explicación”.
Sin embargo, conforme sabemos, las experiencias de contacto se pueden malograr. Eso significa decir: una determinada producción puede no suceder. Los excitamientos, por ejemplo, pueden no ser asimilados (como en el caso de los autismos y de las esquizofrenias) o, incluso, irrumpir de manera desarticulada (como en el caso de las paranoias y de los comportamientos maniaco-depresivos). La inhibición sistemática de un fondo de excitamientos, a su vez, puede inviabilizar acciones creativas en dirección a un horizonte de futuro (tal como ocurre en los comportamientos neuróticos). De la misma forma, puede ocurrir que las experiencias de contacto no resulten como función personalidad, lo que significa decir, como identidad social a un grupo, a un valor o a una conducta. Es en ese momento, que nos vamos a encontrar con una situación para la cual la Terapia-Gestáltica brasileña cada vez más ha vuelto sus ojos, precisamente, el sentimiento de aflicción resultante del hecho de no encontrar un lugar ético en que podamos establecer relaciones políticas. Pensemos en lo que sienten las personas víctimas de violencia gratuita practicada en los grandes centros urbanos; en lo que sienten aquellas que fueron excluidas de la cadena productiva o que tuvieron que someterse a un régimen paralelo de producción en la condición de esclavos. Pensemos incluso, en el sentimiento de quien fue alcanzado por una tragedia natural, o acometido de una enfermedad. O, tal vez, como se sienten personas excluidas de las relaciones sociales por cuenta de prejuicios y conflictos ideológicos. ¿Qué pasa con quien fue identificado con representaciones sociales indeseables, como la locura, la diferencia, la minoría, la marginalidad?
PHG tiene una expresión que nos puede ayudar a pensar en esos sentimientos. Se trata del significante “misery”, traducido al español como aflicción, pero que proponemos tomar como estado de sufrimiento ético-político. En las palabras de PHG: “(c)omo disturbio de la función de self, la neurosis se encuentra a medio camino entre el disturbio de self espontáneo, que es la aflicción, y el disturbio de las funciones de id, que es la psicosis” (PHG, 1951, p. 235). Sin embargo, ¿que es lo que pasa aquí? Ante la imposibilidad de vivir relaciones ético-políticas, ¿Qué es lo que sucede con nosotros?, ¿qué es lo que sucede con el sistema self en el cual estamos inseridos? Podemos, en esa condición, ¿producir ajustes creativos? Es lo que pretendemos discutir en el presente artículo, teniendo como base nuestra trayectoria de intervención en el campo del sufrimiento ético-político y los rudimentos teóricos ofrecidos por la teoría del self.
Sufrimiento ético-político y ajuste ético-político
A pesar de mencionar el sufrimiento ético-político (misery) como una entre las formas malogradas del sistema self, PHG no profundizaron en la descripción de este “cuadro”, menos aún se ocuparon de describirlo en un contexto clínico. Dijeron apenas que se trataba de una falla en el funcionamiento espontáneo del sistema self, lo que significa decir, de una falla en la experiencia de contacto, cuya consecuencia es la no producción de una función personalidad. Pero tal cosa no quiere decir que el sistema-self haya dejado de funcionar. Conforme admitieron para el caso de la interdicción de la función de ego por una inhibición reprimida, cualquiera sea tal admisión, que el sistema self incluso así es capaz de producir acciones creativas, las cuales llamaron de neurosis (y que preferimos denominar de ajustes de evitación); igual como nosotros mismos hicimos en relación a aquello que PHG llamaron de comprometimiento de la función id, a saber, que a pesar de tal comprometimiento, el sistema self es capaz de producir ajustes psicóticos (o de busca); esta vez, nos arriesgamos a decir que, tratándose del comprometimiento de la producción de un lazo amoroso/odioso con alguien que debe hacer algo “por nosotros”, como en los ajustes de evitación. Tampoco se trata de una construcción vuelta exclusivamente para el fondo de excitamientos, no importando el horizonte de deseo descortinado en la mediación de las demandas del Gran Otro, como en el caso de los ajustes psicóticos (de busca). La creación, en situaciones en que se puede verificar sufrimiento ético-político, tiene relación con la solidaridad, con los pedidos genuinos de inclusión, en la forma por la cual efectivamente atribuimos y reconocemos el poder del semejante para ayudarnos.
De hecho, no es preciso ir muy lejos para encontrar, en nuestro cotidiano, situaciones que ilustran lo que PHG están llamando de sufrimiento ético-político (misery). Los múltiples conflictos sociales (económicos, políticos, étnicos, religiosos…), los accidentes y enfermedades en general configuran situaciones de tensión, que aquí estamos llamando de sufrimiento ético-político. Pero es importante no confundir el sufrimiento ético-político propiamente dicho con los fenómenos que lo puedan desencadenar. No obstante tratarse de algo directamente relacionado a la manera como los estados de la naturaleza y las múltiples formas de poder viabilizan o no la autonomía de una función de ego para vivir una experiencia de contacto que culmine en la producción de una personalidad, el sufrimiento ético-político es solamente la vivencia de la imposibilidad de identificación a la determinada personalidad. Eso significa decir que, como resultado de una privación natural o de un conflicto social, nuestra función de ego no consigue encontrar datos de la realidad (a los cuales también llamamos de Gran Otro Social), por medio de los cuales pueda, por un lado, abrir una dimensión de deseo a partir de las posibilidades ofrecidas por tales datos y, por otro, alienarse en esas posibilidades, de suerte de lograr una imagen unificada de la propia experiencia de contacto; imagen esta a la cual denominamos de nuestra personalidad. De donde se sigue que el sufrimiento ético-político es antes un efecto de los accidentes naturales y de los conflictos sociológicos y su característica fundamental tiene relación con el hecho de la función de ego sentirse privada de los datos sociales concretos en que pudiese fruir de determinada identificación. Por cuenta de una limitación del medio –que así se sustrae a la libre acción de la función de ego- nos sentimos impedidos de encontrar datos de realidad o, lo que es la misma cosa, lazos sociales (instituciones, valores, identidades o valores), en la mediación de los cuales consiguiésemos vivir el contacto. Dicho de otro modo: a pesar de disponer de un fondo de excitamientos (función id), la falta de datos (de una realidad material y sociolingüística) impide al sistema self de actuar, de desempeñar la función de ego. Consecuentemente, el sistema no sólo deja de establecer el contacto entre su dimensión pasada (excitamientos) y su dimensión futura (expectativas, deseos), como también se ve impedido de asumir un valor o identidad objetiva en el presente. La función personalidad, por lo tanto, no se desenvuelve y el proceso self sufre como consecuencia de no poder asumir una identidad objetiva.
En los contextos en que hay sufrimiento ético-político (privación de datos o, lo que es la misma cosa, privación de contexto social y sociolingüístico), la función de ego opera un tipo de ajuste creativo, que llamaremos de “ético-político”. En él, la función de ego hace de la ausencia de datos (de la exclusión social o de la privación natural) un “pedido de socorro”. De esta forma, al mismo tiempo en que aliena su poder de deliberación a favor del medio, da al medio el status objetivo de alteridad. En otras palabras: el pedido de socorro hace del medio un “ego auxiliar”. El Gran Otro Social deja de ser un demandante o una estructura de posibilidades para tornarse un “semejante”. Se funda, así, la experiencia de la ayuda desinteresada y un tipo especial de identificación personalista que es la solidaridad. La gratuidad del Gran Otro como semejante, la función de ego responde con gratitud y la función personalidad, así, alcanza un nivel propiamente humano.
Pero es preciso atención aquí. El Gran Otro en cuanto “semejante” no es, como en los ajustes neuróticos, la personalidad a quien nosotros manipulamos de suerte que ella se sienta responsable por nuestra ansiedad (excitamientos inhibido); tampoco es alguien a quien deseamos destruir (como en los ajustes antisociales) o a quien volvemos representante de nuestros propios excitamientos (como en el caso de los ajustes de busca). Al contrario, “el semejante” es la personalidad en quien reconocemos una genuina capacidad de ayuda solidaria, que favorezca nuestra inclusión. Eso quiere decir: en los ajustes aflictivos, el semejante no es responsabilizado por nuestro “sufrimiento” agredido por deliberaciones antisociales o restringido a la condición de instrumento. Él es convocado a ayudarnos, apoyarnos; lo que significa decir que él es simultáneamente reconocido en la condición de “ego hacedor”. En vez de manipulación, destrucción o uso, hay, sí, autorización del semejante. Suponemos que él (el semejante) sepa como ayudarnos a lidiar con eso que para nosotros es imposible en aquel momento: la inclusión en determinado contexto social, que puede ser desde un horario para consulta a una vacante de internación en un hospital.
El ajuste ético-político, por lo tanto, es un pedido de reconocimiento, pero un pedido especial, una vez que él parte de alguien que no consigue más identificarse con la realidad natural y social en que se encuentra. No hay un pedido de reconocimiento específico vuelto para esta o aquella identidad. El sufridor no sabe siquiera lo que le falta. Su pedido es para que él pueda volver a pedir. Se trata de un ajuste cuya meta es encontrar “soporte” para que se pueda volver a crear. Para que los ajustes creadores vuelvan a suceder, sean ellos sincréticos, de busca, de evitación o antisociales.
El lugar del clínico en los ajustes ético-políticos
No es raro oír, incluso entre profesionales psicólogos, que las situaciones que envuelven sufrimiento ético-político no son objeto de intervención clínica. Eso porque la solución de aquellas situaciones implica acciones políticas más amplias, en las cuales el clínico debe inserirse como uno más. Hay dos grandes equívocos aquí. En primer lugar, se confunde la situación generadora de sufrimiento ético-político con la actuación clínica a las prácticas inspiradas en el cuidado médico. Afiliados a una comprensión de clínica en tanto “ética” –desvío en dirección a las manifestaciones del extraño en cuanto excitamientos (función id), acción creadora (función de ego) e identidad frente al Gran Otro (función personalidad) -, creemos que el clínico no es apenas más uno en intervenir en los conflictos sociales o en las variables naturales que puedan estar generando sufrimiento ético-político. El clínico es, sí, aquel que puede escuchar, en ese sufrimiento, el apelo por soporte, el apelo por inclusión, bien como aquel que, a partir de ese apelo, puede acompañar el proceso de tomada de decisión que cada sujeto sufridor (cada función de ego) emprende de cara a los conflictos y dificultades que esté viviendo.
Nuestra comprensión sobre la función del clínico junto a los ajustes ético-políticos va al encuentro de la manera como Philip Lichtenberg, en su libro “Psicología de la opresión” propone una forma de clínica cuyo foco “estaría orientado hacia un fin mayor que es permitir a los individuos ser participes en la transformación de relaciones sociales opresivas cada vez con mayor posibilidad de éxito”. Según Lichtenberg, “Esto les ayudaría a revisar su vida interior y sus relaciones interpersonales, especialmente si en el pasado los ha afectado en su participación dentro de un proyecto colectivo con condiciones de opresión” (2008, p. 130). Sin embargo, así comprendida, la clínica no es una práctica curativa, que debiese ser ejercida en un consultorio a partir de una farmacia o de una biblioteca. La clínica es sí la coparticipación en una forma de ajuste creador, para el caso, un ajuste ético-político, cuya característica es justamente la formulación de un apelo, de un pedido de socorro. Al final, tan difícil cuanto sufrir las consecuencias de un accidente o de una exclusión social, es a veces, conseguir pedir ayuda.
En este sentido, para nosotros clínicos, más que ver cual es la necesidad material o porque razón alguien nos pide comida, dinero, empleo, escuchar…; nos interesa acompañar el proceso de reconstrucción de la autonomía y del autoreconocimiento de la función de ego que nos hace ese pedido. Nos interesa estar junto de esa función de ego, donde quiera que ella necesite estar para reconquistar su autonomía y volver a hacer ajustes creadores, suceda eso en nuestro consultorio, en una agencia de salud, en una empresa o en una plaza pública. En los contextos de sufrimiento ético-político, el clínico es aquel que cuida de la autonomía de los sujetos (funciones de ego) envueltos en los procesos creativos de pedido de ayuda.
En fin, conforme creemos, intervenir en situaciones en que haya sufrimiento ético-político significa estar disponible para acompañar los sufridores en sus pedidos de socorro, de modo de ayudarlos a encontrar los medios por los cuales ellos puedan ser oídos y atendidos en sus apelos. Eso implica: i) ayudarlos a identificar sus necesidades (y no sus excitamientos o deseos); ii) ayudarlos a reconocer y constituir el “semejante” junto a quienes puedan merecer atención y resultado; iii) y ayudarlos a ejecutar las tareas que puedan valer el rescate de un lugar social. Se trata, como en toda clínica gestáltica, de un “entrenamiento” o “ampliación” de la autonomía, de la función de ego. En el caso de los ajustes ético-políticos, se trata de favorecer la autonomía de la función de ego en la construcción de un pedido de inclusión. Además, la intervención gestáltica nunca es normativa. Ella no tiende “defender” o “criticar” una ideología específicamente. Se trata de ayudar a alguien a comprender y hacer su opción.
Referencias Bibliográficas
FREUD, S. 1912b. Recomendaciones a los médicos que ejercen el psicoanálisis. In: Edición Standard Brasileña de las obras psicológicas completas de Sigmund Freud. Establecida por James Strachey y Anna Freud. Trad. José Otavio de Aguiar Abreu. SP: Imago. 1976. Vol. 12.
LICHTENBERG, Philip. Psicología de la opresión. Trad. María Elena Soto y Francisco Hunneus. Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 2008.
MÜLLER-GRANZOTTO, M. J. & MÜLLER GRANZOTTO, R. L. 2007. Fenomenología y terapia Gestáltica. Trad. Renato Tapado. Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 2009.
PERLS, Frederick; HEFFERLINE, Ralph; GOODMAN, Paul. 1951. Terapia Gestáltica: Excitación y crecimiento de la personalidad humana. Trad. Carmen Vásquez. Madrid: AEGT CTP, 2006. v. II.